¿Le has puesto duda a lo que dentro de ti te dice “es por aquí”? ¿Le has puesto peros cuando tu corazón brinca de alegría, reconociendo su valor? ¿Cuántas veces te has dicho “no” por sentirte insuficiente? ¿Cuánto te has ignorado? ¿Y por cuánto tiempo…?
No sabía que estaba viviendo en piloto automático en los últimos meses. No sabía que me había puesto en pausa, pero hoy reconozco que estaba depurándome de un trauma. Es hoy cuando recuerdo las palabras de mi papá en nuestra última conversación: “nadie sabe por lo que has pasado, solo tú.” Validar tus procesos, las heridas que provienen de un trauma y el dolor que de este emana es validar tu tránsito en tu vida, en tu momento de existir. No sabía que necesitaba validarme a mí misma hasta el viernes pasado, en la luna llena.
Soy creyente de que todo movimiento astronómico tiene una gran repercusión de forma individual y de forma colectiva, pues como la luna tiene influencia en los mares y el sol provee de luz y calor para hacer a las plantas crecer, ¿por qué ellos, y el resto de los planetas, no tendrían influencia en nosotros?
Una de mis más grandes amigas, y gran maestra que admiro, me invitó a ser partícipe de un círculo de danza lunar entre mujeres. No sabía cuánto necesitaba ese espacio hasta que llegué ahí. Reconocí a varias mujeres con las que compartí otro espacio en la luna pasada de octubre; curioso hecho porque en dicha luna tuvimos los mismos aspectos planetarios de la luna de abril, pero invertidos; es decir, la luna en aries y el sol en libra. Me di cuenta de que no era un círculo ajeno, era un círculo que cerraría lo sentido y lo vivido en la luna de octubre.
Me dejé sentir.
La conexión con el cuerpo y el movimiento… ¡cómo lo extrañé! Mi cuerpo me estuvo gritando durante meses: “muévete, ve a clases de danza. Baila, siéntete, muévete”, y hasta ese momento se lo estaba dando. Me ignoré, pero no por afán de hacerme daño, no estaba preparada para ver, sentir e ir hacia dentro de mí. Esa noche lo entendí. No estaba lista.
Exploramos todos los elementos naturales, pero solo el agua me pidió ser su energía, danzar con ella. La sentí entre mis dedos, deslizándose alrededor de mí y en un instante las dos nos fundimos en un solo ser; fuimos un mismo bombeo de mi corazón y de su fluidez. Recuerdo que comenzamos a crear una vida, un reflejo de luz y agua mientras danzábamos y me atravesó un recuerdo amargo: crear desde la rabia.
En octubre y noviembre del año pasado seguí escribiendo y creando, pero desde el enojo, desde la impotencia, desde la crudeza, desde las lágrimas y desde el fuego dentro mío. Creé desde la traición. Reconocí mis palabras como un motor de crueldad al prójimo, reconocí que podía escupir, usar mi lugar seguro para repudiar, para exponer, para exhibir la traición… Y nadie lo notó. Nadie supo que me estaba desahogando contra de alguien frente de mí, frente de la amistad rota. Nadie vio que estaba ardida, aturdida, dolida y mi corazón, con su podredumbre, creaba escándalo, dolor y puñaladas en la espalda. Nadie vio que me desquité y olvidé mi propósito con mi propio proyecto: crear desde el amor.
Esa noche me pregunté al bailar “¿Desde dónde estoy creando? Porque no quiero ser esto. No quiero hacerlo, nunca más.” Nuevamente las palabras de mi papá me atraviesan mientras escribo: “nadie sabe por lo que has pasado, solo tú.” Validar mis procesos, mis heridas por el trauma y el dolor que de este emana es validar mi tránsito en mi vida, en mi momento de existir y recordé que necesitaba del llanto, del dolor, de expresar la impotencia y la traición para sanar. Necesitaba sacar las podridas raíces desde dentro, dejar que mi tierra volviera a su fertilidad para sembrar nuevas semillas; semillas de amor y compasión.
Aquel ser que creamos entre energía y agua se transformó en un capullo de luz, una crisálida lista para que la habitara. No dudé en deslizarme entre ella y la cerré, cosiéndola desde dentro. “¿Existirán las mariposas de mar?” Me pregunté en dicho momento; hoy caigo en cuenta que soy una. Deslicé mis alas marinas al danzar con la energía, reconocí al fuego que me quemó desde dentro y desde las palabras no dichas, fui capaz de transformarme al validar mi proceso, al validar mi dolor.
Aquella noche me di cuenta de la capacidad de creación que tenemos, del amor por crear o de crear por el odio. Aprendí que puedo usar ambos canales para transformarme, pero la huella que dejaré nunca será la misma, porque cada energía es diferente. Cada fragmento de lo que fui, de lo que hoy soy y de lo que seré no siempre será luminosa, apues como cualquier ser humano, experimentaré emociones que me equilibren y emociones que me desborden a fin de preguntarme y recordar: “¿Desde dónde (me) quiero crear?”
Sanar no es lineal. Sanar es ir despacio, sanar es darse el momento de respirar cuando la herida regresa y recordarla con amor cuando ya no pesa. Sanar es un proceso. Habrá días que recuerde lo mucho que lastimé y lo mucho que me lastimaron, eso no se irá nunca, pero lo que hoy puedo hacer, en una nueva posibilidad, es decidir hacía dónde y cómo moverme. Con todo y el corazón herido, con todo y lo roto y lo que fuimos… puedo decidir desde dónde (me) quiero crear.
Ese fue el más grande regalo de la noche, saber que puedo decidir más allá de la traición.