Seduzco a las fobias,
las súbitas melodías de mi pecho
proclaman la danza de las octavas;
curiosas me acechan,
se deleitan con mi agitación.
Me enredan en sus telas
y alientos de bienvenida;
mis lágrimas no las corrompen,
persisten cálidas,
domadoras, vertiginosas.
Susurran en mi oído su conspiración,
han vigilado mis miedos
y si no las afronto primero,
pereceré en una abulia incierta.
Al culminar,
afilan sus colmillos.
Yo imploro por retornar a la luz,
se oponen a mis pedimentos.
Me envuelvo en el ofuscante terror
y tras la mordida de la viuda
susurra detrás mío la violinista:
Para salir hay que morir.
Sabrás cuando será el momento
de romper tu propia red.
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