No he dejado de soñar. Aún, mientras escribo, disfruto del sencillo re-amanecer de la ilusión, de sentir la alegría de la niñez, el latido más puro del corazón. Se siente en posesión, ella toma el rol principal en mi presente y me hace sentir la infinidad.
Después, provengo yo. En voz mucho más profunda, enfocada, en madurez mental. Ella disfruta del parpadeo más eterno que existe, el provenir del futuro, y disfruto de su sintonía en lo espiritual y en lo corpóreo.
Al final, mí presente, en donde la madurez aún estira los pies y me prohíbe no tenerme paciencia, porque he vivido por tanto a las carreras.
Que me detenga, susurra, que me deje soñar otra vez, para despertar.
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