Empecé a usar el incensario como cenicero.
Al fin y al cabo,
ambos se hacen polvo,
se rompen con el exhalar del corazón.
Me pregunto,
al mirar la condensación del incienso,
si es que sentiré nuevos vientos.
Divago por mis historias de ilusión
y noto que el sabor de la menta
se evaporó de mis labios;
el cigarrillo se ha apagado.
Me detengo.
Suspiro.
Sonrío.
Degusto de la decoración de mi habitación.
Mis plantas yacen a la derecha,
la ventana viste luces naranjas al rededor;
es Noviembre.
El montonal de libros,
en orden y medio,
yacen sobre la cajonera;
suspiro, diluvio al reconocerme actual.
Quizás en veinte años relea estas letras.
Quizás sienta el mismo goce
por los últimos años de juventud
que me provocó escribirme en la añoranza.
Y quizás, con la misma intensidad,
me habré desasido de mis ilusiones nocturnas,
porque ellas tendrán residencia en mi realidad.
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