La gozosa asfixia
de sus cantares
me quiebra la cordura.
Mis ofuscadas plegarias
provocan deslumbres en su piel.
Ella es tan radiante como un ángel
y tan venerable como una deidad.
Sí la religión me consintiera,
en su devoción persistiría.
Me enroscaría entre sus escamas
y me alimentaría de la discordia.
Este infernal apetito saciaría.
Con certeza sé,
no provenimos de costillas
ni de sumisiones impuestas,
ni nos verán venerar
a la masculinidad.
Nos envolvemos el alma de deseo impuro
ante los ojos de su divinidad.
Para él,
para ellos,
somos la descendencia del erebo
cada que aullamos nuestros nombres.
Somos el contravenir de sus deseos divinos,
somos las llamas de la impuridad.
Para nosotras
no hay temores ni a espíritus
ni supuestos regidores de los reinos,
nosotras subsistimos
por este incomprensible amor.