Es curiosa la existencia de la vida,
bajo el agua.
El gran misterio,
hasta para mí,
que replica las honrosas palabras
de nuestra realidad:
careciente de sentido.
Que todo es accidental.
Las teorías evolutivas
son claro ejemplo de la
adaptación de la vida;
cómo es que las circunstancias
hacen que uno se mantenga firme,
necio y aguerrido por lo inexplorado.
Hay veces en las que me pregunto
si tengo más de marina que terrestre;
las memorias más relevantes no se olvidan.
Irónicamente, yo tampoco.
La posibilidad de que las aguas
reclamen lo que le pertenece es factible,
como lo intentó conmigo hace dieciocho años.
Seguramente,
los actos de las olas al arrastrarme
no era más que recordarme
cómo respirar bajo el agua,
cómo era mi vida antes de tocar el fango.
Seguramente,
los actos de las olas al arrastrarme,
en sus movimientos,
eran chillidos del mundo,
cantares que sólo yo podría entender.
Y será poético el día que decida marcharme,
porque retornaré a las aguas
proclamándome como tributo.