No se me da la jardinería.
Cuidar las rosas me traen más heridas
que cuidar de mi misma.
Aquí la tierra no florece,
pero sí las espinas.
Los pétalos caen sobre mis pies,
aún jóvenes,
y me recuerdan que las rendiciones
ocurren en cualquier momento.
Los guardo en un cajón de vivencias
y anhelo que ellas no me olviden
así como yo no a ellas.
Si la vida me llega a traicionar,
sé que su marchitar me gritará
que rendirme también es acabar con ellas.
Y dejaremos de existir.
Que sí,
quiero ser de la tierra,
que crezcan las rosas sobre mí,
pero no quiero ser la tierra de París.
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