Me he perdido en mi aposento.
Las blanquecinas paredes
me recuerdan mi vacío interno,
pese a que éstas me reclamen
que entre ellas hay lienzos.
El óleo sigue arrumbado
en los polvorientos cajones
y yo, sin ánimos de tomar los pinceles,
sigo atormentándome
con artísticas inseguridades.
¿Cómo podré pintar si no sé dibujar?
Contemplo la amplia nívea que me rodea
y los trazos irregulares de su construcción.
Contemplo el lento paso del reloj
y quizá al cuarto para las doce
pueda doblegarme ante mi incertidumbre.
Quizá al marcar las dos
pueda comprenderme
y comprender que los lienzos
no buscan que pinte lugares
sino que los llene de palabras
que tanto resguardé.
Quizá no necesito ser artista
para contemplar mi vida.
Quizá no necesito inventarme sitios,
sino reconocerme en ellos.
Quizá no necesito de consejos
sino acogerme las heridas.
Quizá sólo necesito despreciarme menos.
Soy eso: una posibilidad.
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