Te escribo con dificultad,
sin ganas de descoserme las heridas que dejaste,
sin ganas de tocarme el corazón con tu recuerdo,
pero debo manifestarte unas verdades que callé todo este tiempo.
En mi memoria,
perdura la similitud que teníamos,
el equilibrio con el que vivíamos,
la fortaleza desde el primer día.
Pero me engañé.
Desde que tus labios besaron mi clavícula, mis huesos se torcieron,
desde que sentí tus dedos rozar mi espalda, ésta se quebró,
desde que tus manos bajaron por mi vientre, mi cuerpo entero fragmentó.
Soy sólo restos desde que tratamos de querernos.
La exégesis de mi crónica fue cegarme las evidencias,
muy dentro me convencí que eras suficiente
sabiendo que siempre te rechacé.
Si bien, mis emociones jamás vacilaron contigo
ni mis pensamientos dejaron de estimarte,
pero no pude ignorar los reclamos de mi pecho
al comprender que tú no eras lo que me faltaba.
Confío en que encuentres a tu yang
y puedas completarte la existencia,
que transformes tus noches en días como yo lo hice,
al no buscarte más en mi conciencia.
Ojalá que dejes de buscar tanto tu mitad y te busques a ti misma,
ojalá y encuentres el amor que tanto pediste en mi en alguien más.
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