Rojo,
todo a mi alrededor es rojo.
Su seductora mirada me incita a no detener los espasmos de mi cuerpo
que reclaman vida por el roce de sus dedos.
Las fogosas interacciones me encrispan la piel,
yo únicamente puedo contener la respiración,
si trato de calar aire, se revelarán mis jadeos.
Rojo,
todo retumba en destellos rubíes.
No sólo por el color de la habitación,
la sutil luz adorna carmesí sobre sus pecas
y yo me deleito al verla sonrojada, cansada y excitada.
Siempre me pareció una diosa sobre la cama.
Rojo,
Todo permanece rojo y la agitación de nuestros cuerpos
ilumina las paredes en tonos dorados,
tales como el color de mi fuego.
Me enciende como un fósforo,
en un toqueteo, la llama navega por todo mi cuerpo
pero mi calor no se evapora al llegar al final,
este fósforo se enciende más al llegar al clímax.
Rojo,
la fricción elevó las llamas,
ni las aguas podrían apagar el incendio de la recámara.
Sostuve su cuerpo desgastado por el movimiento,
sus gritos de goce retumbaron por las paredes,
no hay sonido que me encante más como el de sus gemidos.
El rojo se apaga y los reflejos dorados se evaporan
junto a los quejidos de placer que mi alma brota,
se exhiben tonos blanquencinos por su resplandor
y sé que el clímax ha llegado.
Blanco, todo a mi alrededor es blanco,
como la paz que me traspasa al sentirme amada,
como la tranquilidad que su abrazo me provoca,
como la relajación de mi cuerpo al concluir mi excitación.
Ella es blanco,
como el color de mis orgasmos.
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