Dedicado a: Paulina Lara
El añil del cielo está desapareciendo
en suaves trazadas se difumina con los rayos del sol.
Está atardeciendo.
Los lagos dejan de reverberar la serenidad celeste,
su resplandor le abre paso a la oscuridad
y yo me deleito con los exiguos destellos ambarinos que nadan en el agua.
Mis suspiros se funden con la ventisca,
y aunque guste por desviar la mirada,
no dejo de cautivarme por la belleza natural.
El atardecer, desde aquel día, permanece inerte,
yo sigo viviendo bajo su mismo cielo.
Mi espíritu nunca fue tan acariciado como aquel crepúsculo,
como aquellos luceros castaños al pronunciarme por primera vez te amo.
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