La hiedra dejó de crecer alrededor de la casa,
se ha obstinado a seguir protegiéndome del mundo real.
Retumban más los cantos de motores que el de las aves,
en ocasiones asimilo que también dejé de cantar.
Me he privado de disfrutar de la lóbrega ciudad
al preferir mejores descansos,
pero al escuchar los chirridos de los cláxons
he pensado en arroparme entre los días y vivir por las noches.
Aun así, disfruto de la vista en mi ventana cada mañana.
Saludo al árbol de la esquina,
le doy un poco de sol a mis plantas
y yo me riego los cabellos al ducharme.
Sé que si me descuido, ellos también lo harán.
Mi mente divaga en mi constante desespero
por seguir perteneciendo a una ciudad que no me vio nacer,
y yo sigo preguntándome,
sí habrá algún lugar donde las aves canten tan alto
que me quiten el sueño.
Quizá así no sea tan malo despertar al escuchar sus canturreos.
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